Ayer fui al cine.


Y así es como me transporto al desafío de los críticos (o el criticalismo :S… al diablo). Un subterfugio a la realidad ahuecada por los productos lait y los refrescos de dieta. Hace tiempo que quería verla. Y hasta ahora no me la había querido (o podido) comprar. La verdad, no cuento con las compañías necesarias como para disponer de una ida al cine así de improviso, por más que me considere alguien de conductas improvisadas (una hora antes me lo propusieron, pasaron dos minutos y di el sí). Por lo que no esperaba nada de la salida y mucho menos de la película. Sabía que no saldría decepcionado, aunque con esto del “shine artesha” uno a veces se encuentra con aletargados y soporíferos diaporamas de imágenes inexcusablemente innecesarias o accidentales, lo que decepciona a cualquiera. Exceptuando a los más esnobistas, que por supuesto encontrarán maravilocuente hasta el más mínimo esbozo de blanco y negro. En fin, lo que me trajo a escribir es mas la impresión de lo que puede ser una salida y lo rica que se vuelve la comida cuando estas en ayunas. Pero la película me dejo una sensación extraña, la de vivir una comedia-muestra del paraíso de un esnob, pero del esnob mas civilizado, mas comedido. Ese esnob del “paz y amor”. En muchas ocasiones me desesperó la enorme capacidad de ridículo transformado en “acción de arte” por parte de la escena que presentan. Pues bien. Lo mejor de la noche: los tacos, la gente tonta, la caminata y el taxista del terror, que moría de sueño, no tenia frenos y vociferaba su vida frustrada al son de su taxímetro que al parecer tenia complejo de estafa.

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