Tres momentos en Valparaíso

Momento primero:

Mientras yo vivía el himeneo en su máxima expresión y manifestación, N insultaba despectivamente a los porteños de cuero negro que le habían arrebatado el lugar en la fila del baño, R se sobajeaba en un rincón con un gitano de dudosa naturaleza pero de muy lindos ojos, y S se paseaba observando, virginalmente, viendo si alguien necesitaba de sus plegarias.

Momento segundo:

Yo con mi melena humectada esperando entusiasmado la llamada, S satisfecho raspando sus dientes con un palito, por la bestial tarde de sexo que le brindo el alabastrino que de su nombre no me acuerdo pero cuyo rostro era la imitación “plaza de armas” de Meryl Streep. R sobrenombrándome “la araña de rincón” en casa de E y el perro de su novio (Mambo creo se llama), N mirando con ojos de conquista al alabastrino, saboreándose con cara de inocente y pretendiéndose interesante.

Momento tercero:

Yo caminando al terminal, con la fe perdida en que la llamada llegaría, por la plaza O’Higgins, vitrina de los engendros mas asquerosos que tiene Valparaíso, sin duda alguna, un circo de fenómenos o la teletón son albergue de bellezas en comparación con montonera de creaturas negroides, con sonrisas bestiales y ropas bañadas en caca. Suena el teléfono (el mío), contesta S. Tortura al guatón botillero, quien esa noche, debido a la maravillosa oratoria de S, las cuentas finales probablemente no le cuadrasen. R caminando como pingüino, saboreando su tarde en el ciber de viña, y N… bueno, N camina satisfecho por el corazón roto del alabastrino que jamás volverá a ver.

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